Hoy vengo a hablarles, lectores y escritores, amigos, talleristas, y todo el que quiera escuchar y compartir, sobre el inabarcable universo de las ficciones. No pocas veces se ha decretado la muerte del libro, incluso prematuramente; tanto, que el libro se ha reído en la cara del mundo, y ha decidido, él solo, reconstruirse.
En La frontera indómita, uno de esos libros fascinantes con el poder de cambiar el curso de la Historia, Graciela Montes, desde varias década atrás, declara en crisis la fe poética y el pacto con la ficción. Qué triste me sentí cuando la leía, porque lo que ella cuenta, treinta años antes de que yo lo leyera, es lo mismo que nos revela la descarnada realidad presente. Pero no vengo a ahogarnos en desesperanzas…
…Sino a salir en defensa del libro y las historias, y decirles que lean a Montes, pero que sigan leyendo luego las aventuras que anticipa. Que lean a Borges, a quien si de Ficciones se trata, no puedo dejar de mencionar. No es una exhortación, es un ruego, porque lo que nos queda, a pesar de sus reiterados genocidios, son las ficciones, las que se arman en la cabeza de todos los hombres y las mujeres, aunque a veces cerremos los ojos, porque la vida nos quita el tiempo de vivirla.
Cuando era niña, yo, como Graciela, tuve un ser luminoso que nos contaba historias, mi padre. El poeta nos usaba como protagonistas a mi hermano y a mí, o como curanderos, o sanadores. Nos metía en sus ficciones y nosotros empezábamos a vivir cada noche otras vidas; otras que no eran las de la escuela, los amigos o los juegos por los largos pabellones de aquel balcón interminable en la vieja casa de Centro Habana. Por eso soy lectora, y por eso soy escritora, y por eso mi fe ciega en el poder de las ficciones. Es lo que me ha salvado y la única cosa que puedo legar. Este es, pues, mi testamento.
Hoy el libro es físico, digital, oral, auditivo, virtual, multimedia; es visual; hoy tiene más caminos que nunca. Lo sé, y lo afirmo. Lo revivo y lo redimo al libro. Y traigo noticias. La neurociencia ha investigado, entre sus muchos campos, el cómo se urden las historias en nuestro cerebro. Esto viene sucediendo desde hace bastante tiempo y podría citar a muchos autores, pero lo importante es que sepan que mi teoría ha sido avalada científicamente mucho antes de yo haber nacido. No es un fantasma que vaga, sino una realidad tangible.
Los seres luminosos saben, desde siempre, el arma heroica que son las historias. A las ficciones se confió el hombre de las cavernas para hacerse comprender. Hablaban junto al fuego y pintaban sus leyendas en prehistóricas rocas; con ello estaban escribiendo las primeras tradiciones de nuestra civilización.
Atrás vinieron los teólogos y los poeta, a defender la fe en una vida después de la muerte los primeros, y a cantar a la belleza los segundos. Se estaba conceptualizando y estetizando el mundo. Ese mundo lo entendemos porque nos lo narran desde que nacemos. Eso fue lo que hizo mi padre poeta, mostrarme la existencia de los mundos que tienen mundos dentro.
En su conferencia “Ficción, creatividad y cerebro”, Jorge Volpi explica que el área del cerebro que se dedica a imaginar el futuro, es la misma que se encarga de recordar el pasado. Las imágenes de la ficción y la realidad suceden de forma similar en nuestra cabeza. Por eso la literatura, que nos provoca hacia el espacio poético, no podría dejar de suceder; se está escribiendo todos los días, en millones de cerebros, a velocidad vertiginosa. Y algo de eso quedará para la posteridad.
Leer nos hace mejores, porque nos permite entendernos y entender a los otros. Porque nos hace más ricamente humanos, dice Volpi. Yo quisiera agregar, para dejarles las promesa de futuro, que nos hace más ricamente divinos, nos transforma en dioses y en hombres y en pájaros. Nos lanza al vuelo y a los abismos, que es donde se hallan las verdades, las libertades. Si el libro muere, las alas fenecen, el hombre desaparece. Tengan fe en esto, no dejen de creer jamás en las historias, aunque sea solo porque yo se los pido.
Y aunque de esto viene hablando la humanidad desde los escribas sumerios a la fecha, hoy podríamos quedarnos con la esperanza futurista de Ray Bradbury (Fahrenheit 451), de que un día, cuando se hayan agotado los formatos y las plataformas, incluso si se han quemado todos los papeles, aún el libro pueda ser conservado en el espacio poético que es la memoria de los hombres.