DOÑA ROSA (1ra parte), Revista: La Mascarada, 31 de agosto de 2019.
Doña Rosa leía el arroz como otros leen las cartas, la borra del café o los caracoles. En el pueblo se comentaba que la lectura era una farsa. A ver, si no ¿por qué Doña Rosa seguía pobre, sin marido, con una casa (si es que podía llamarse así a aquel tugurio) medio apuntalada, un perro ciego, una paloma a la que le faltaba un ala, un gato negro huraño como pocos y una tortuga que andaba más tiempo perdida que encontrada? ¿Por qué, además, traía la tristeza tan pegada al rostro que casi se podía tocar? ¿Por qué no miraba a nadie cuando se encontraban en la calle? ¿Por qué no confiaba en nada que pudiese articular palabra?
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